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Entrevista a Nacho Vigalondo

Lectura de 4 min.

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“Tiendo a imaginar que cada película puede ser la última, para quitarme ambiciones relativas al prestigio o la taquilla, y dedicarme a la película como si fuera mi último mensaje al mundo.”

 

Desde que nos deslumbrara con sus primeros cortometrajes y Los cronocrímenes, Nacho Vigalondo no ha dejado de sorprendernos con una carrera a caballo entre el cine, la televisión o los videoclips. En todos ellos ha impreso su personalidad e ingenio, así como su gusto por entremezclar el género con la comedia. La última muestra de ello es Daniela Forever, una innovadora exploración del duelo y los sueños lúcidos. Charlamos con él sobre algunos de los aspectos temáticos y formales de la obra – por Andreu Marves

 

¿De dónde surge la idea tras la premisa de Daniela Forever?

Todo comienza con mi experiencia con el duelo y el periodo depresivo que la sigue, en el que te gustaría poder escapar de tu vida e ir a otro lado. Pensando en eso llegué al concepto de los sueños lúcidos. Como tengo TDAH, y no soy lo suficientemente disciplinado como para conseguir tener sueños lúcidos, me suenan a algo propio de la ciencia ficción. A partir de esa imposibilidad personal, pensé: ¿te imaginas poder tomar un pastillazo y tener esa oportunidad?

 

¿Cuáles fueron tus referentes a la hora de crear el paisaje onírico del film?

Habitualmente, los sueños en el cine permiten una fuga a lo abstracto, al arrebato. La premisa de Daniela Forever se carga esa posibilidad: la pastilla que toma Nicolas, el protagonista, por decirlo de alguna manera, asfalta el mundo de los sueños, como si quisiera crear un aparcamiento. Eso me impide recoger la herencia visual de David Lynch o Luis Buñuel, pero también la de Matrix u Origen, por citar algunos ejemplos. En ese sentido, las únicas influencias directas que puedo citar son Charlie Kaufman, por sus mundos mentales, y Philip K. Dick, por su combinación de ciencia ficción y horror existencial.

 

La historia acontece entre la realidad y el mundo de los sueños, pero cada uno cuenta con una estética diferente. ¿Cómo construiste la identidad de cada cuál?

La acción sucede entre esos dos mundos, pero en los mismos escenarios: un apartamento, un bar, una azotea... Como no quería tener que aclarar en cada momento en cuál de las realidades estamos, tenía que buscar dos estilos visuales radicalmente distintos que las identificaran fácilmente. En el caso de los sueños, en la historia, Nicolas duerme para volver a una especie de normalidad o tranquilidad, así que nos parecía normal que el estilo visual fuese el que el público puede asociar con una película fantástica contemporánea. Es la parte más convencionalmente bonita, con la que nosotros, como cineastas, nos sentimos más seguros rodando, sabemos qué ángulos y lentes utilizar, cosas así.

 

¿Y el mundo real?

Al escribir el guion, pensé que una manera sencilla pero efectiva para distinguir la realidad de las ensoñaciones era grabarla en blanco y negro. El problema es que yo no soy los hermanos Coen ni Alfonso Cuarón, así que no hay manera de que me dejen grabar en blanco y negro. Buscando otras soluciones, terminamos dando con la posibilidad de grabar con la cámara Betacam de toda la vida, la misma con la que yo comencé a hacer mis primeros cortos en los años noventa. Cuando nos dieron permiso, los ojos nos hicieron chiribitas.

 

Es una decisión arriesgada.

Sí, me parece una apuesta mucho más radical que el blanco y negro. La estética de la Betacam se sale completamente de la discusión entre los valores del digital y el celuloide. Además, no teníamos demasiados referentes de los que partir. El caso es que tiendo a imaginar que cada película puede ser la última, para quitarme ambiciones relativas al prestigio o la taquilla, y dedicarme a la película como si fuera mi último mensaje al mundo. Así que reencontrarme con la cámara de cuando estaba en la universidad era muy apropiado. Ahora, a diferencia de entonces, sé apreciar el valor de la desnudez de esa cámara. Hace falta tiempo para apreciar ese tipo de imágenes.

 

En este largometraje reaparece un tema recurrente en tu filmografía: las fantasías de control. ¿Crees que tu obra reflexiona sobre el oficio de dirigir?

Cuando una historia te está pidiendo que le des vida, te habla desde unas profundidades que no te dan pie a saber cuáles son sus motivos reales. No es un trabajo consciente por mi parte hablar de esos temas. Aun así, entiendo que el mero hecho de ser director de cine y alcanzar una cierta responsabilidad te lleva a interrogarte sobre qué significa tener ese poder, o si es legítimo tenerlo, o qué implicaciones puede llegar a tener. Sí que es cierto que, durante el desarrollo del proyecto, me di cuenta de que había hecho un retrato de la maldad, pero una maldad cotidiana, de la que todos podemos ser partícipes. Eso sí que está ahí.

 

El retrato de Madrid que haces es algo nuevo en tu obra.

Hasta ahora siempre he sido un cineasta de interiores, pero aquí me he sentido más cómodo dejando respirar el espacio, retratando el paisaje urbano en toda su complejidad y riqueza visual. Creo que en más de un sentido Daniela Forever es mi película más española, por cómo respira y deja que los personajes desfilen por la ciudad. Tiene más referencias a mi vida inmediata que a la fantasía de hacer cine. Es como un retrato de una época de mi vida.

 

[entrevista extraída del Diario del Festival de los días 8 y 9 d’octubre de 2024]

[Escucha aquí la Rueda de Prensa de Daniela Forever]

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