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Raúl y Fernando

Raúl Cerezo y Fernando González López

De la furgoneta con monstruo de La pasajera a la cotidianidad en descomposición de Viejos, que presentan tan solo un año después, este bien avenido tándem ha llegado para contribuir a dignificar, con pasión y artesanía, la serie B ibérica
Lectura de 4 min.

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Por Toni Junyent

No sé si habéis visto ya Mantícora, en la que también aparecen las pinturas negras de Goya. ¿Cómo se os ocurrió emplear el cuadro Dos viejos comiendo sopa en los créditos del filme?

Raúl Cerezo: Pues es una idea que surgió durante el proceso. En el guión, inicialmente, la cámara se movía por entre las arrugas del rostro de un anciano y se iba alejando hasta mostrar toda su cara. Luego lo hilamos con esa pintura de Goya por lo que representaba: nos permitía conectar a esos dos viejos de semblante irascible con el planeta que habitamos. Y como la película es tan pictórica, nos pareció muy adecuado.

Nos contabais el año pasado que La pasajera surge de una desastrosa experiencia real en Blablacar. ¿Cuál es el germen de Viejos?

RC: Dentro de que la película engloba un montón de vivencias muy comunes y cotidianas, que nos llevamos casi a otro planeta, aquí el planteamiento fue más de concepto: hace ocho años, que es cuando arrancó el proyecto, no existía el terror geriátrico [NdR: en 2015 M. Night Shyamalan estrena La visita] y nos preguntamos qué pasaría si usábamos a los ancianos como elemento de terror, igual que había hecho Chicho (Ibáñez Serrador) con los niños. Empezamos a trabajar ese high-concept, y por el camino fue surgiendo este subgénero, con películas como La abuela o X, y realmente llegamos a tener mucho miedo de que el proyecto se cayera por parecerse demasiado a esos títulos, cosa que por suerte no ha ocurrido. Además, se terminaron juntando el Covid, la inminencia del cambio climático, y todo ello fue enriqueciendo la película hasta convertirla en una especie de distopía apocalíptica que pone de relieve estos asuntos que todos cargamos a hombros.

Fernando González López: La película, al final, tiene dos elementos terroríficos: el conceptual, como dice Raúl, que consiste en utilizar al anciano, el elemento inocente que deviene peligroso, y también el hecho de jugar con la vejez como última fase de la vida, una fase aterradora, de abandono y soledad.

Como dice Jota (Juan Acedo) en la película, “tenemos toda la vida para prepararnos para la vejez”.

FGL: Hay mucho ahí de choque generacional, que ya estaba en La pasajera, si te acuerdas… Jota es la figura de la adolescencia, alguien que está absolutamente en otro sitio, más al tanto de las tecnologías, de la velocidad, de la inmediatez, mientras que los ancianos van a otro ritmo y se desconectan de todo eso.

El tono de La pasajera era más desinhibido, acorde a su planteamiento de película con monstruo de serie B, mientras que aquí hay un poso más dramático e intenso. ¿Cómo lo trabajasteis con los actores, algunos de los cuales repiten en Viejos?

RC: La verdad es que somos unos fanáticos del tono. Cuando ves una película que acierta su tono, te entra mucho mejor. Obviamente, una de las primeras cosas que un director debe comunicar al resto del equipo, actores o productores, es qué tipo de película va a hacer, qué códigos va a usar. En La pasajera mezclábamos acción y aventura, y aquí era otro reto, porque queríamos hacer algo más introspectivo y contenido. Cuando logras que tus actores entiendan el tono, hay mucho de dirección de actores ya hecho: llegan al set y las primeras veces que te hacen la toma están mucho más cerca de lo que buscas que si no hubieras tenido esa conversación. Creo que nuestras dos películas gustarán más o menos, pero el tono está muy bien definido.

FGL: Son muy distintas entre sí, pero absolutamente coherentes con lo que buscábamos en cada caso.

RC: ¿Que por qué cambiamos de tono? Porque nos encanta. Yo soy un amante de directores como Roman Polanski o Steven Spielberg, que tocan todos los géneros y, hagan lo que hagan, reconoces su sello.

Pensé en Polanski, en La semilla del diablo, por esa cuna que el personaje de Lena (Irene Anula) ve a través de la ventana…

FGL: En ese aspecto, podemos decir que la película muestra la explosión de lo cotidiano. Como puedes ver en El resplandor o en La semilla del diablo: una pareja que espera un hijo y se muda a un nuevo apartamento, o una familia que debe encargarse de un viejo hotel… Son situaciones que pueden ocurrirle a cualquiera, hasta que esa aparente cotidianidad estalla y conduce a la fantasía o al terror.

¿Y a qué atribuís la emergencia de este terror de la tercera edad? ¿La pandemia puede habernos hecho también más conscientes de la gente a quien tenemos cerca?

RC: La pandemia y también todo ese culto, incentivado por las redes sociales, al cuerpo joven y a querer exponernos. Hace nada, el anciano era un ser sabio al que cuidar y respetar, mientras que ahora es prácticamente invisible. Es una tendencia que vemos también en nuestras propias familias, creo que es colectivo: antes integrábamos mucho más a estas personas, que han hecho tanto por nosotros, y ahora cada vez pierden más peso. Por otra parte, está lo que comentábamos antes, el descubrir y explotar el potencial terrorífico de estas personas a las que juzgamos inofensivas.

FGL: Es curioso como la obsesión por la belleza y el culto al cuerpo han favorecido el que hoy en día no haya cosa más transgresora que el cuerpo de un anciano.

Habéis estrenado dos películas prácticamente consecutivas. ¿Ahora toca descansar?

FGL: Yo tengo un amigo que dice que el cuerpo humano es como un cerdito: a más le das, más quiere. En nuestro caso, claro que tenemos energía y ganas para seguir trabajando. Ahora vamos a coger aire y a respirar un poco, y veremos si el año que viene nos ponemos con un nuevo proyecto.

RC: Pronto anunciaremos alguna cosa, es todo lo que podemos decir.

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